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Mostrando entradas de marzo, 2012

La gente que me gusta

Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad. Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite huir de los consejos sensatos dejando las soluciones en manos de nuestro padre Dios. Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio. Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto. Me gusta la gente que posee sentido de la justicia. A

Fragmento de " El profeta"

 Nacisteis juntos y juntos permaneceréis para siempre.  Aunque las blancas alas de la muerte dispersen vuestros días.  Juntos estaréis en la memoria silenciosa de Dios.  Mas dejad que en vuestra unión crezcan los espacios.  Y dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros.  Amaos uno a otro, mas no hagáis del amor una prisión.  Mejor es que sea un mar que se mezca entre orillas de vuestra alma.  Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis sólo en una.  Compartid vuestro pan, mas no comáis de la misma hogaza.  Cantad y bailad juntos, alegraos, pero que cada uno de vosotros conserve la soledad para retirarse a ella a veces.  Hasta las cuerdas de un laúd están separadas, aunque vibren con la misma música.  Ofreced vuestro corazón, pero no para que se adueñen de él.  Porque sólo la mano de la Vida puede contener vuestros corazones.  Y permaneced juntos, más no demasiado juntos:  Porque los pilares sostienen el templo, pero están separados.  Y ni el roble ni el cipré